
Mi segundo nacimiento
- 23 nov 2024
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El 8 de noviembre es mi nueva fecha favorita, porque es el día en que nació mi primogénito, pero también nació la nueva yo.
De hecho, siento que el 8/11 es mucho más mi cumpleaños que el 4/1 que fue el día en que nací por primera vez. Nunca imaginé lo transformador que sería convertirme en mamá.
Antes de eso, mi vida pasaba rápido, esperaba siempre que fuera viernes. Me gustaba mucho la noche, patinaba, veía a lxs amigxs con frecuencia, trabajaba esperando que se acabara el día.
Esa yo vive adentro mío como un hermoso y entretenido recuerdo de noches eternas, espacios que habité que ya no existen, amigxs con lxs que ya no hablo.
Nosotros, mi pareja y yo, nos conocimos en una de esas noches eternas y era ahí cuando soñábamos y conversábamos y le decíamos a todo el mundo que algún día
íbamos a ser papás. Siempre supimos el nombre que íbamos a escoger para nuestro hijo. Muchas fiestas, muchas risas, muchas conversaciones profundas, muchos bailes y mucho soñar todo lo que estamos viviendo ahora.
A las 4 semanas me enteré de que estaba embarazada. Todo fue una montaña rusa
desde ese lunes 6 de marzo. Mi cabeza, mis emociones, mis hormonas. Me sentía cansada y todo pasaba muy rápido.
Muchas cosas que dejé de hacer en cuanto salió ese test positivo. Dejé de fumar, de patinar, de carretear. Me cuestionaba muchas cosas sobre el embarazo y la maternidad misma. Si mi cuerpo tendría un embarazo saludable, si mi guagua nacería sana, cómo sería mi parto.
Por fin estaba viviendo todo lo que tanto tiempo quise, pero ¿tan rápido?
Me desconecté por un tiempo del mundo y de mí misma tratando de encontrarme en esta nueva fase. Las noches se convirtieron en soledad deliberada, en prender velas, escuchar música y moverme, sola, deliberadamente sola.
Mi biblia fue mujeres que corren con los lobos y todo empezó a hacerme más sentido que nunca en mi vida. Pasaron las semanas y mi cuerpo me demostró lo poderoso que es teniendo un
embarazo muy saludable, en movimiento, tranquila.
Entré a un taller de parto natural, soñando cómo sería ese momento. Entré a Maternar en Yoga y de repente me di cuenta de lo primordial que era tener un círculo de mujeres que estaban viviendo lo mismo que yo.
Hice yoga, tomé sol, leí libros de parto natural y así me pasé todo el final de mi embarazo. Hasta que llegamos a la semana 40.
Con mi pareja habíamos hecho apuestas de qué día nacería; 31 de octubre dije yo, 8 de noviembre dijo él, y así fue. 40 + 2 días de embarazo cerrando una etapa hermosa de haberme conocido a mí misma, a mi cuerpo, y mi mente.
El 8 de noviembre a las 3 de la mañana empecé a sentir contracciones. A las 5 lo desperté a él porque quería tener ese tiempo para mí, sola conectándome con mi hijo.
Tuvimos unas horas de trabajo de parto hermosas en la casa con nuestro perro,
nuestras velas, nuestra música, nuestra tina.
Yo lloraba, de emoción, de nervio, de no saber si sería capaz de aguantar el dolor que era cada vez más agudo. Llegamos a la clínica a la 1 de la tarde y fue como en las películas, con cada contracción yo me iba al suelo. No soportaba. De ahí en adelante me entregué a las manos de mi matrona que me acompañó y me guió por las próximas 8 horas.
Se preguntarán por qué quise un parto natural sabiendo que podría pasar cualquier
cosa.
Es tan heavy sentir que tu cuerpo es capaz de todo al crear vida, que necesitaba
terminar de conocerlo. De llevarlo al límite. De conectarme con mi lado más salvaje y
mamífero.
Fue el día más intenso de mi vida por lejos, más doloroso, más largo. Fue como estar en el limbo. Ir a las estrellas a buscarlo. En el momento en que pude tocar su cabecita saliendo de mi cuerpo saqué la última fuerza que me quedaba y salió como un pecesito. Todo el dolor se me pasó en el segundo en que nació.
Fue mágico, pero magia de verdad. Mi guagua llegó en un espacio hermosamente cariñoso y contenido. Me volví a sorprender de mí misma. No tuve el parto de mis sueños, no pude
conectarme como pensé que lo haría para surfear las olas del dolor. Lo pasé pésimo.
Pensé que no podría. Pero en el segundo que lo escuché llorar todo eso había
desaparecido.
La yo recién parida no tenía idea de nada, solo sentía. Fue ahí cuando pensé que mi corazón no podría amar más a alguien. Estaba desbordada. Me sentía indefensa, vulnerable, cansada, abrumada, como recién nacida. No entendía nada, solo sentía.
Estuve así muchas semanas. Puérpera total. Conocí la palabra puerperio cuando lo
empecé a transitar. El mundo completo se paró. No existía nada más que nosotros,
nuestra burbuja, conocernos. El tiempo pasaba muy lento.
Me sentía con nueva piel, pero a la vez no tenía tiempo de conocerme más allá, solo a esta personita diminuta que dependía de mí. Las hormonas revueltas de nuevo, la lactancia que fue el primer desafío. Las dinámicas de pareja que cambiaron. Yo no me sentía yo, no me encontraba.
Mi identidad estaba flotando en alguna parte. Me cobijé en el círculo de mujeres hermoso de esta comunidad donde a pesar de no conocer a la mayoría en persona, hablábamos todo el día, todos los días, dándonos amor, desahogándonos, compartiendo sentipensares (hasta el día de hoy).
Hoy soy muchas yo, todas las que fui, la que soy hoy y las que seré en el futuro.
He aprendido de flexibilidad, de entrega absoluta, de confiar, de buscar apoyo, de
compartir más mis emociones. De ternura, de amor incomparable.
Hoy siento que, si bien no le quiero quitar protagonismo a mi hijo por el día de su cumpleaños, yo tengo un nuevo día para celebrarme a mi y mi segundo nacimiento.
Antonia, mamá de Ren
Es parte de la Comunidad desde 2023.
Ay qué bellísima historia! Lo leí como un viaje de transformación. Gracias por compartir ♥️
Hermoso relato Anto! 🥰